Fue en un teatro periférico, en Monteverde, barrio que podría ser definido entre los más cultos de la capital italiana. Estaba a rebosar, como los cines y teatros en esa época de crisis. Quizás porque salen más baratos que una pizza y cerveza. O tal vez porque, en el extravío general, escuchar ideas, o simplemente evadirse, hace bien a la salud.
Muchos conocen su repertorio. Pero con la crisis en los huesos y toda suerte de guerras no declaradas a nuestro alrededor, las letras de entonces recobraron nueva vida en Monteverde. Por un momento, al menos. “Vengo de un silencio que no es resignado”, “He conocido épocas en las que nada me gustaba y ahora me basta lo que me vuelve triste”, “Esconden los muertos y heridos y muestran con gran precisión lo que quieren que veamos”, “A veces la paz no es más que miedo”, “Nosotros no pertenecemos a este mundo”…
Raimon cantó 23 canciones, para celebrar los 50 años de sus letras. Venía de Berlín, camino de exhibirse en Barcelona, No es Paco Ibañez, ni Lluís Llach, pero desde su aristocrática inteligencia, trajo su “no” a cuanto sucede a nuestro alrededor. Como cuando empezó, en otras latitudes y circunstancias. Lo clásico tiene eso de bueno, que releído o escuchado años después, o siglos, como sucede con Sófocles o Plutarco o Eurípides, sigue siendo actual.
Uno se preguntaba por qué los únicos que intentan leer cuanto sucede a nuestro alrededor son sólo poetas, cantautores, roqueros y heavies o incluso vagabundos trastocados que erran murmurando por nuestras ciudades. Guardan silencio dos generaciones enteras, que habían vivido la mejor época de la historia universal. Callan unas clases políticas elegidas por quienes están desorientados, mudas están las iglesias tal vez por miedo a estorbar a sus dioses, mudos los padres de generaciones masacradas y perdidas. Ensordecen sólo los mercados bursátiles. Y Raimon cantaba a los romanos que él venía de “un silencio que no es resignado”. ¡Quien sabe!
